Ana Comneno, filosofía e historia
Grandes historiadores de la Antigüedad, como Tucídides, Jenofonte y Polibio, suelen aparecer en las historias de la filosofía política o del pensamiento político, por sus reflexiones sobre el poder, el ciclo de los regímenes o las mejores y las peores formas de gobierno. Su participación en los acontecimientos no se toma como un sesgo que le restaría objetividad o valor a su obra, sino que, al contrario, se toma como un testimonio privilegiado de primera mano.
Muchos de esos rasgos pueden identificarse en Ana Comneno (1083 – 1153), a quien se le considera una de las primeras historiadoras de occidente, por su Alexiada, que consiste en una narración histórica sobre el gobierno de su padre, el emperador bizantino Alejo I Comneno. Aunque reconocida como historiadora, no suele ser mencionada como filósofa, a pesar de los múltiples indicios sobre su labor en esta disciplina y, sobre todo, por las claras influencias filosóficas que se pueden encontrar en su labor histórica.
La lucha por el poder
Según Nicetas Coniata, que escribe varias décadas después de los acontecimientos, al morir Alejo I se desató una intriga palaciega que involucró a su esposa, Irene, a la propia Ana y al esposo de ésta, Nicéforo Brienio.
Ana, nacida en 1083, era la primogénita de Alejo y, como tal, había recibido el título de kaisarissa, es decir la princesa heredera del Imperio Bizantino. Sin embargo, cuatro años después, en 1087 Alejo I tuvo un hijo, Juan, al que, como varón y según las normas sucesorias, se le trasladaron los derechos imperiales.
Juan, no obstante, no era querido por su madre, quien favorecía, en cambio, a Brienio. Según su plan, heredaría el trono junto con su hija, a quien tenía en mucho mayor estima. En 1118, advertido de la intriga urdida por su propia madre, su hermana y su cuñado, Juan, junto con su hermano menor Isaac, se adelantó a los acontecimientos. Entró en la habitación de su padre moribundo en el Monasterio de Mangana y le retiró el anillo de sello, símbolo de la autoridad imperial. Luego, ya en armas y con el apoyo de seguidores y simpatizantes, se dirigió al Gran Palacio de Constantinopla, donde se hizo aclamar como emperador.
Tomada completamente por sorpresa, Irene intentó disuadir a Juan de su plan, pero fue ignorada. Instó a Brienio para que se rebelara y tomara el trono con su ayuda, pero él no hizo nada. Acudió con su esposo, ya próximo a morir, pidiéndole que interviniera, pero tampoco obtuvo respuesta (traducción propia de la versión en inglés):
Se arrojó sobre su cuerpo [de Alejo] y lloró a gritos contra su hijo, derramando lágrimas como una fuente de agua oscura, y argumentando que, mientras él aún vivía, Juan estaba robando el trono con actos de rebelión. Sin embargo, Alejo no respondió a su acusación (Nicetas Coniata, 1984, p. 6).
Menos de un año después de la toma del poder por parte de Juan, y siempre según la versión de Nicetas Coniata, Ana y Brienio habría urdido un plan para matar al emperador y hacerse con el poder. Esto finalmente no prosperó, al parecer por la languidez y la torpeza de Brienio, al que su esposa le habría reclamado e incluso castigado en el lecho:
Se dice que la kaisarissa Anna, disgustada con el comportamiento frívolo de su marido y angustiada por su ira, y siendo una arpía por naturaleza, se sintió justificada al contraer fuertemente su vagina cuando el pene de Brienio entró profundamente en ella, causándole así un gran dolor (ibid., p. 8).
Hay que tomar con pinzas, por supuesto, este retrato de Ana, a quien el propio Nicetas describe también como “una ardiente devota de la filosofía, la reina de todas las ciencias, y educada en todos los campos del saber” (ídem). Lo importante, para nuestros fines, es que, después de que fracasaran todos los intentos por evitar que Juan reinara, Ana Comneno fue exiliada al monasterio de la Virgen Kecharitomene (Virgen Llena de Gracia). Brienio, en cambio, por no tomar parte en los complots, fue perdonado y siguió sirviendo como general en la corte.
La labor filosófica e histórica
Recluida para el resto de su vida en un monasterio, con alrededor de 35 años, Ana tuvo todo el tiempo necesario para dedicarse de lleno a la filosofía y la historia. No es claro a partir de qué momento, pero sabemos es que organizó un auténtico círculo de estudios filosóficos, en el que incluyó a personajes como Miguel de Éfeso, quien ya había sido su profesor e interlocutor antes del exilio, y Eustracio de Nicea, quien destacó como teólogo y comentarista de obras antiguas.
Justo en esto, en los comentarios, es en lo que ha trascendido más la labor del círculo de Ana. Bajo su dirección, mecenazgo y encargo, los eruditos, monjes, gramáticos y filósofos que la acompañaban realizaron comentarios sobre la Ética a Nicómaco, Parva Naturalia, las Partes, la Generación y el Movimiento de los animales, entre otras obras de Aristóteles, el filósofo favorito de la kaisarissa.
A partir de la muerte de su esposo Brienio, en 1137, Ana decidió ampliar y continuar la crónica que él había comenzado. Durante más de once años se dedicó a redactar La Alexiada. Es en ésta, la obra de su vida, donde pueden rastrearse influencias filosóficas como la estoica, en conceptos como la Tyche o la Fortuna, que vuelve imprevisible el curso de los acontecimientos y frente a la cual el sabio debe comportarse con entereza. Alejo I es convertido por Ana en una encarnación del ideal de sabiduría.
Así, en el libro IV vemos al emperador enfrentando la invasión de los normandos, comandados por Roberto Guiscardo. En un contexto de pánico y desesperación, el soberano se muestra impasible, consciente de su labor como conductor y guía. En los libros VIII y IX lo vemos imperturbable frente a las traiciones, reflexionando que dejarse afectar por la deslealtad es ya darle una ventaja al traidor. Y en el libro XV lo vemos soportar terribles dolores en las piernas (gota), sin quejas y dispuesto a seguir desempeñando sus cargos políticos y militares. Este autocontrol, esta indiferencia, que se basa en la fortaleza interior, que permite no dejarse derrotar por lo externo, es lo que Ana destaca una y otra vez como característica fundamental de su padre, en los peores peligros y adversidades.
No muy estudiada ni en el ámbito de la filosofía ni de la historia, Ana Comneno supo sobreponerse al exilio, patrocinó la recuperación y los comentarios de las obras de Aristóteles y, con ese bagaje, redactó la historia del reinado de su padre.
Ojalá poco a poco haya más lectores y estudiosos de su vida y su obra.
Bibliografía
Comneno, Ana (1989). La Alexiada. Estudio preliminar y traducción de Emilio Díaz Rolando. Sevilla: Universidad de Sevilla
Coniata, Nicetas (1984). O City of Bizantium. Annals of Niketas Choniates. Translated by Harry J, Magoulias. Detroit: Wayne State University
Neville, Leonora (2016). Anna Komnene. The Life and Work of a Medieval Historian. New York: Oxford University Press